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CORRIENTES Y TALCAHUANO* 

Aylén tiene cuatro años. Tiene los ojos negros más lindos de todo Buenos Aires, grandes y brillantes. No habla pero sonríe fácil a los desconocidos. Salta sobre sus piernas mientras da grititos de alegría cuando ve los marcadores y las hojas blancas para dibujar. 

 

Aylén apoya la hoja en la vereda sucia, la luz de los restaurantes y los faroles de la calles son lo único que alumbra su taller, sus dos manitos oscuras separan de su cara un mechón de pelo que se pega con los mocos. “Una casa”, dice señalando su dibujo. No tiene paredes, solo un pequeño rectángulo, la puerta. 

 

La mamá de Aylén vive hace 10 años en la calle, Aylén, desde que nació. La mujer casi siempre está en esta famosa avenida porteña, con lo que junta acá puede alimentar a sus hijos y pagar el hotel en el que vive. Pero está preocupada.”La policía me amenaza con ellos, me amenaza con sacármelos si no me voy de acá”. Al lado suyo, Aylén dibuja feliz con sus nuevos marcadores, la hoja, ahora,  apoyada en la rodilla de su mamá. Ella le acaricia el pelo, los ojos a punto de explotar de lágrimas. 

*los nombres y ubicaciones de las personas fueron cambiados para preservar su privacidad. 

Por Clara Bosch

Desde el Gobierno, prefirieron no responder directamente las preguntas realizadas por este medio sobre la problemática, aunque en el informe de Buenos Aires Presente (BAP) sostienen que no separan familias. 

MUCHOS, POCOS, ¿QUIÉN LLEVA LA CUENTA?

Marquitos jura que tiene 15 años, pero su altura y rostro inocente dicen otra cosa. Estaba solo en la calle, Chofi lo adoptó: “No iba a durar”. Ahora vive en la Plaza Francia, en Recoleta, junto a otras 10 personas. “Somos como una gran familia, nos cuidamos entre todos”, dice Chofi. A Marquitos lo vigila Guido (24), están todo el día juntos, “es como mi hermanito y hay que mirarlo todo el tiempo”, hace una mueca dando a entender que Marquitos de santo tiene solo la cara. Se ríe. 

Marquitos, Chofi y Guido

Marquitos, Guido y Chofi. Lavan la ropa en baldes en la plaza y usan el "jabón Ala re cheto" porque, para Chofi, uno puede estar en la calle, pero sucio nunca. Juan Oyhanarte

Marquitos, Chofi y Guido son tres de las 1146 personas que viven en situación de calle en la Ciudad de Buenos Aires. ¿O de las 7251? La cifra no está definida: para el Gobierno no son tantas, pero según el Segundo Censo Popular de Personas en Situación de calle en CABA, llevado a cabo por un grupo de ONG en julio de este año, el número de chico no tiene nada. Pero hay que tener en cuenta que la definición de persona en la calle es distinta según el organismo que la considere. Para el Estado, son los individuos que duermen en la calle; para el Censo Popular, son las personas sin hogar, ya sean que duermen la calle, en paradores o en hogares. Según este censo, las personas que duermen en la calle son 5412, 4266 más que las que el Estado dice que hay. 

 

Frente a la falta de datos confiables, el Instituto de Pensamiento y Formación Moisés Lebensohn elaboró un proyecto de ley para la creación de un observatorio de gente en situación de calle para conocer la situación real de la problemática, en palabras del informe, “desatendida por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”.

¿Qué dicen las estadísticas?

UN TECHO PARA VOLVER A SER

Hugo tiene 30 años. Vive en un departamento en Pompeya con su novia. Se conocieron en una fiesta murguera. Él le regaló su pañuelo, ella una púa de La Renga. Ahora sueña con formar una familia, continuar dando talleres de murga para chicos de la villa y probar suerte con su nuevo grupo de rock. Pero Hugo no siempre tuvo sueños. 

 

A los ocho años se escapó de su casa para vivir en la calle, su papá era músico y cartonero, su mamá no estaba en la foto y su nueva madrastra no era muy simpática. Se hizo una nueva familia. Un grupo de ocho hermanos de menos de 14 años. Dormían juntos, se cuidaban entre ellos. “Las pibas y los más chicos en el medio, nosotros alrededor”. A veces las chicas desaparecían, y volvían después de días secuestradas, “y nos contaban todo lo que les había pasado”. Hugo empezó a fumar a los 9 años, con la marihuana arrancó a los 12. Y a los 15 ya estaba colgado del paco. 

 

A los 15, Hugo decidió entrar a un hogar. Fue después de estar inconsciente por 48 horas. Estuvo bajo influencia del paco durante casi una semana entera, luego cayó en un sueño de dos días. Se dio cuenta que no estaba bien. Motivado por unos chicos de un colegio privado de Nueva Pompeya, amigos suyos, entró al hogar para menores San Benito José Labre. 

 

Actualmente, este hogar no existe más, pero el Gobierno de la Ciudad cuenta con otros 30 paradores y hogares para personas en situación de calle, hay algunos gestionado por la Ciudad y otros por asociaciones afiliadas al Gobierno. A su vez, cada uno está destinado a una población diferente: los hay para hombres solos, para hombres discapacitados, para mujeres solas, para madres con hijos menores de 18 años, para mujeres discapacitadas, para adolescentes y niños y para familias. 

¿Cuáles son las políticas públicas existentes?

Gabriela tenía 36 años, 3 hijos, 5 noches en la calle y 4 años de violencia y abusos cuando llegó al Hogar Amparo Maternal. Este es un refugio gestionado por la congregación de monjas católicas “Hermanas San José”. Es un lugar para madres e hijos. “Ahí empezó mi vida nuevamente”, dice Gaby. 

 

Además de hogares, existen los paradores. Son lugares donde las personas pueden ir a dormir: tienen agua caliente, comida y una cama. Chofi va de vez en cuando, pero solo a bañarse: “Te sale un chorro de agua caliente que no sabés cómo está, cuarenta minutos me quedé el otro día”.  Pero a dormir no se queda. Dice que son lugares violentos, “te chorean todo”. 

 

Eliana Fiorito, trabajadora social (con la tesis en proceso), trabaja en el Parador de Retiro, que está manejado por Gendarmería. Es un lugar para hombres solos. Fiorito explica que la gente no solo elige no ir a paradores por la violencia: tampoco quieren dejar sus pertenencias. El parador no te permite entrar con bolsos muy grandes, animales, colchones, etc. Son todos los elementos que hacen a “su construcción del lugar”, además, muchas veces no quieren separarse de sus grupos de pertenencia. Fiorito reconoce que en los paradores suele haber violencia: “Los chicos duermen con los bolsos abajo de la almohada”. Para contrarrestar esto, hay ciertas medidas: seguridad revisa los bolsos, hay normas de convivencia que deben respetarse. Y cuando alguien comete un acto de violencia, se le prohibe la entrada al parador. 

ESTA ES MI FAMILIA

Zoe duerme en un cochecito. Sus rulos castaños tapan su carita redonda. De vez en cuando se levanta con ojos dormidos y mira, con ganas de seguir descansando, lo que está pasando a las 12:30 de la noche en la esquina de Córdoba y Uruguay. Zoe tiene tres años. Vive con sus hermanas, su hermano, su sobrino (de 8 meses), su abuela y su tía. Y dos perritos que descansan en las piernas de la abuela. 

 

Durante el día, Zoe juega en la plaza con su tía y su abuela. Todavía no va a la escuela porque es muy chiquita, pero sus hermanas más grande ya casi terminan la primaria. Tiene una muñeca vieja, antes tenía pelo pero ahora está casi pelada, se llama Luna. Todas las noches duerme con ella en su cochecito.

 

La mamá de Zoe “está perdida” y desapareció hace tiempo, por eso su hermano la cuida como un padre. Pero él explica que tiene miedo, dice que el BAP (Buenos Aires Presente) le quiere sacar a los chicos. “El 108 te miente. Dicen que te llevan a un parador. Pero te sacan a los chicos. Por más que sean bebés te lo sacan”, explica el joven de 19 años. Por eso, todas las mañanas se van, para que nadie separe a su familia. 

 

El BAP es un programa del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat que se ocupa de atender a personas y familias en condición de riesgo social. Equipos móviles de profesionales recorren la ciudad para asistir a las personas que se encuentran en situación de calle, las 24hs del día. También cuentan con una línea telefónica para atender llamados de los afectados y de los vecinos que quieran ayudar. Desde el BAP niegan dividir la familias: “No separamos a las familias, justamente porque hay paradores específicos para recibir familias, otros que reciben a hombres solos y otros a mujeres solas, o mujeres con sus hijos”. Hay un solo parador para familias, es el Centro de Inclusión Costanera Sur. 

La familia de Zoe

 A la familia de Zoe le robaron los colchones. Duermen sobre cartones. Chady Moutana 

¡EL DERECHO A SER NIÑO!

Naira está colgada al cuello de su mamá. Todo su cuerpito de dos años se estruja contra el pecho de su madre. Alrededor suyo, la gente pasa apurada, pocos miran lo que pasa en el piso de la Avenida Corrientes. A ella no parece importarle que sea tarde y haga frío. Con su mamá está bien. Pide una banana. La come partiéndola en pedacitos, se mancha todas las manos.

 

Naira tiene una oreja completamente doblada para abajo. “No escucha bien de ese lado”, dice su mamá. Está preocupada porque le dijeron que le va a costar hablar por ese problema. Hay un aparato que puede hacer que vuelva a escuchar, pero cuesta 25 mil pesos. Lejos de las posibilidades de una madre que sale todos los días a pedir plata porque con el subsidio habitacional no le alcanza y porque “nadie la quiere tomar para trabajar”. 

 

Tobías es uno de los ocho hermanos de Naira. Tiene ocho años y le gusta jugar al fútbol, “de arquero”. Es de Boca. Hace unos días no va a la escuela porque se le rompieron los zapatos. Ahora anda con los botines gastados de su hermano más grande, camina y su pie y la suela quedan a 20 centímetros de distancia. 

 

El derecho a la educación, a la atención médica adecuada y atenciones especiales para los niños y niñas con discapacidad son tres de los diez derechos fundamentales para la niñez  recogidos en la Declaración de los Derechos del Niño de la ONU. El Ministerio Público Tutelar tiene como misión establecer derechos vulnerados de niños y adolescentes. Mirta Arévalo es la  prosecretaria de este organismo, día a día trabaja para que los niños y adolescentes en situación de calle salga adelante. Dice que lo que más felicidad le da es "darles un poco de calidad de vida a esos chicos”.

VOLVER A SOÑAR

Lucas tiene 11 años, le gusta tocar el charango, la Profe Aye le enseñó cómo hacerlo. Soraya habla como grande pero tiene 10 años. Dice que le gusta estudiar y cantar. “El día de mañana quiero se cantante”, sueña. Lucas y Soraya viven en el Centro de Inclusión Costanera Sur, el único parador del Estado para familias. 

 

Al principio iba a ser un parador para hombres, pero “la aparición de tantas familias en situación de calle hizo que el Gobierno decidiera hacerlo para familia”, explica Ricardo Pato, Licenciado en Ciencias Políticas y especialista en Gestión Pública y Trabajo Social. Él es, también, parte del proyecto “Familias con Dignidad” un emprendimiento social que se propone generar inclusión social de familias en situación de calle a través de un enfoque integral. 

Pato explica que las personas en situación de calle están atravesadas por "todas las problemáticas sociales". Tienen problemas habitacionales, educacionales, de empleo, vinculares, de salud, adicciones, la lista sigue. El licenciado sostiene que el alcance de la situación supera los límites de un problema con vivienda. Esta magnitud hace que sea un conflicto difícil de encuadrar y de abordar, y que la mayoría de las propuestas solo ofrezcan soluciones parciales.

El  Estado, hoy en día, busca dar asistencia inmediata, es una respuesta de emergencia. Los paradores solucionan a la falta de una cama por una noche, los subsidios, un techo. Pero no trabajan para sacar a la persona del círculo de la calle. Por eso, Pato sostiene que las ONG y Estado deben articularse, para que cada uno de lo que el otro no puede dar: el Gobierno puede dar una solución al techo y salud, por ejemplo, pero la ONG tiene que centrarse en la motivación y reinserción de la persona, acompañarla para que pueda lograr la independencia y seguridad que necesita para no volver a caer en la calle ante la primera dificultad.

Pato explica que a mayor tiempo en la calle, mayor vulnerabilidad. La calle produce una desestructuración muy grande, volver a la rutina es muy difícil. La falta de un techo lastima, endurece el corazón de las personas. Muchos afectados tienen bajo autoestima, desconfianza generalizada, falta de motivación y pueden volverse violentos por el contexto y la frustración.  Por esto, el acompañamiento personalizado es esencial. "Nosotros tenemos familias con las que trabajamos hace cuatro años, y el trabajo está lejos de terminado", sostiene. 

En el Centro Costanera Sur, “Familias con Dignidad” da apoyo escolar para los chicos del parador. Lucas y Soraya son unos de los nueve chicos que participan de este programa. Cuatro maestras van todos los días a este lugar a enseñarles lengua, matemática, música y arte. 

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Familias con dignidad busca darle una solución integral a las familias en situación de calle. Familias con dignidad 

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